sábado, 14 de agosto de 2010

Beneficios familiares de los grupos de apoyo

La familia representa el escenario natural y cotidiano de promoción de la salud. Son numerosos los estudios que demuestran la relación significativa entre factores familiares de riesgo como el aislamiento social y las normas paréntales inconsistentes, y consumos abusivos de drogas, prácticas sexuales de riesgo de los hijos, etc. (De Dios, Vega y Ramírez, 2001; Gracia, Musitu y García, 1990; Musitu y Lila, 1993; Pons y Berjano, 1997; Vega y Garrido, 2000). Este aspecto justifica el uso de estrategias de intervención orientadas a trabajar con los padres en grupos de apoyo.



El grupo de progenitores se convierte en un contexto significativo de influencia socio-familiar. La experiencia grupal que promueve el sentido de grupo (cfr. Sarason, 1974) contribuye al bienestar de los progenitores al favorecer percepciones más positivas de sí mismos y mejorar las interacciones padres-hijos que, en muchas ocasiones, están en la base de los conflictos familiares.


Estos beneficios grupales responden a dos claves de éxito. La primera, basada en la Teoría de la Identidad Social (Tajfel, 1984), se refiere a las necesidades compartidas por los miembros del grupo que facilitan la identificación social: buscar estrategias para resolver conflictos, mejorar el control y dominio de la realidad, obtener consejo (Ayestarán, Martínez- Taboada y Arróspide, 1996; Díaz y Ferri, 2002; Martínez-Taboada, 1996).


La segunda clave de éxito radica en que las relaciones de intercambio de información socio cognitiva (por ejemplo, cuando en sus conversaciones transmiten conocimientos personales al grupo) y de aceptación y comprensión mutua (Solomon, Pistrang y Barker, 2001) que se establecen entre los progenitores, les capacitan para definir más claramente su situación y las vías de solución (Schubert y Borkman, 1994).


La integración en el grupo de iguales, siguiendo a Cohen (1988), facilita modelos de conducta a partir de los cuales los progenitores infieren sentimientos de autoconfianza y competencia (Bandura, 1987, 1999) y desarrollan la percepción de control de la situación familiar, asumiendo su responsabilidad en la solución de los problemas. Esto es importante puesto que ser padre o madre requiere tener seguridad en las propias capacidades para abordar con confianza los desafíos educativos, es decir, tener la creencia de eficacia personal (Bandura, 1999).


La autoeficacia personal representa, como afirma Maddux (1991), la actitud hacia uno mismo y la valoración de las propias capacidades para manejar con éxito las situaciones familiares, laborales, etc. a las que se enfrenta el sujeto. Su función de mediador sociocognitivo ha sido probada en diversas investigaciones (véase Bandura, 1999). En la evaluación de resultados del programa de Escuela de Familias (EFF) planteada por Vega (1998), se pone de relieve que los padres con mayor grado de eficacia parental, en comparación con los de menor grado de eficacia, responden adecuadamente a la conducta comunicativa de los hijos, les proporcionan apoyo afectivo y material y logran crear las condiciones familiares necesarias para transmitir expectativas de capacidad que favorezcan el desarrollo integral de los menores. Consiguientemente, los progenitores que piensan que pueden intervenir en la conducta de los hijos son los que más se esfuerzan por lograr sus propósitos como educadores.


Al igual que ocurre con la autoeficacia, la autoestima en el dominio familiar es un recurso psicosocial deseable. Para Bandura (1987) y Maddux (1991), el primero conlleva la estimación de la capacidad personal (cognición) y, el segundo, el juicio de la valía personal (afecto). Representa para Lila, Musitu y Molpereces (1994) la actitud evaluativa de aprobación personal y la satisfacción del individuo consigo mismo. Los progenitores con alta autoestima se perciben valorados por los hijos, la pareja, los amigos y otras personas significativas. Baumeister (1991) explica que las personas con mayor autoestima, en comparación con las de menor valía, tienden a persistir en sus esfuerzos ante situaciones de fracaso y a interpretar sus intentos frustrados como motivos de lucha. Además, la autoestima familiar predispone la actitud de ayudar a los hijos (Herrero, 1996) y facilita la expresión de sentimientos positivos hacia los mismos.


Practicar un estilo de apoyo socio emocional ajustado a las circunstancias y demandas evolutivas del neófito y caracterizado por compartir sentimientos y pensamientos con los menores y por hacerles ver que entienden y comparten sus sentimientos, es una conducta parental que refuerza actitudes y conductas preventivas deseables en los hijos. Representa un estilo educativo democrático caracterizado por afecto, comprensión y apoyo (Méndez, 1998). Este planteamiento es confirmado por Amato y Ochiltree (1986) al comprobar que las interacciones familiares que ofrecen apoyo emocional a sus componentes, se asocian con un alto nivel de identidad y con un autoconcepto positivo en adolescentes y adultos


Comunicar debidamente las reglas familiares es un ejercicio trascendental, puesto que informan al joven de cómo actúa la familia y de cómo debe actuar él o ella dentro y fuera del entorno familiar. Sin embargo, la comunicación padres-hijos suele ser pobre, predominando un estilo educativo autoritario basado en una comunicación deficitaria y unilateral (Méndez, 1998). El estudio de Garrido y Vega (1996) constata la falta de comunicación paterno-filial al comprobar que los padres no tienen expectativas ajustadas a la realidad del consumo de tabaco y alcohol de los hijos. Al igual, Amato y Ochiltree (1986) descubren que las relaciones familiares en las que predomina una escasa comunicación entre los miembros, se asocian con un autoconcepto negativo y con problemas de competencia social en los hijos.


Las creencias de eficacia y autoestima de los padres desempeñan un papel determinante de los estilos educativos familiares, definidos como estrategias utilizadas para regular la conducta y transmitir valores y normas (Lila y Marchetti, 1995), al fomentar conductas de atención y cuidado apropiadas. Los padres que se perciben eficaces y valorados se caracterizan por practicar un estilo autorizativo (Baumrind, 1983), por orientar y guiar las actividades de los hijos de forma racional y centrar sus actuaciones en la resolución del problema. Los estudios apoyan esta línea argumental al constatar que las prácticas basadas en estilos comunicativos y de apoyo aumentan la capacidad de influencia y control sobre los hijos y la posibilidad de que adquieran y mantengan estilos de vida saludables.

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